Un día en la vida de un científico del clima

Un asesor sénior de la Canciller alemana Angela Merkel expresa que es cuestión de tiempo antes de que se asesine a un científico del clima, escribe Maryam Omidi.

Por un período de 24 horas, en mayo de 2012, una valla publicitaria que mostraba una ficha del Unabomber (Terrorista de Universidades y Aerolíneas) Ted Kaczynski miraba sin comprender a los conductores a lo largo de la autopista Eisenhower en Maywood, Illinois. Al lado del Kaczynski, cuya cadena de bombas mató a tres personas e hirió a 23, se encontraba la siguiente leyenda: «Todavía creo en el calentamiento global. ¿Y usted?». El póster fue uno de muchos, pagados por el Instituto Heartland, grupo de expertos de derecha con sede en Chicago, que comparaban una lista de villanos de EE.UU., Osama Bin Laden y el asesino en masa Carles Mason, con científicos del clima.

¿La conexión? Su aceptación compartida del calentamiento global producido por el hombre.

La campaña duró poco. La valla publicitaria del Unabomber fue removida tan solo un día después de las quejas que le siguieron y un montón de donadores corporativos han abandonado el barco. Puede que los pósters hayan sido de mal gusto, pero Jans Hoachim Schellnhuber, director del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático (PIK, por su sigla en alemán), no apoya su remoción. «Si usted cree en la libertad de expresión, debería ser universal —indica al teléfono desde Postdam, un centro de investigación científica en Alemania desde el siglo XIX—. Me mostraría reacio a decir que ciertas cosas no deberían decirse. Creo que mi libertad termina solo cuando violo la libertad de otros».

La comparación por parte del Instituto Heartland —entre científicos del clima y asesinos en masa— no es nada nuevo para Schellnhuber. El hombre de 61 años ha crecido acostumbrado a un puñado de manifestantes que le siguen a conferencias importantes, armados con pancartas que le acusan de «eco-fascista» y «genocida». Como asesor de la Canciller Angela Merkel y miembro del Panel Inter-Gubernamental sobre el Cambio Climático, el cual ganó el Premio Nobel, su visibilidad le hace un objetivo obvio para los escépticos del cambio climático. Su visión sobre la energía del futuro también se encuentra reñida con muchos intereses comerciales y políticos. Schellnhuber es un firme defensor de una infraestructura global que reemplace a la larga a los combustibles fósiles y la energía nuclear con energía renovable.

Quienes critican a Schellnhuber argumentan que el cambio a energías renovables entorpecerá el crecimiento económico de países en desarrollo y conducirá a una hambruna a gran escala. Adicionalmente, interpretan sus llamados a un desarrollo sustentable como un pretexto para reducir dramáticamente la población mundial. Esto, piensa él, surgió de una conferencia ofrecida en marzo del 2009, solo ocho meses antes de que no tuvieran éxito las conversaciones de la ONU sobre el cambio climático en Copenhague. En una reunión previa a la cumbre en la capital danesa, Schellnhuber alegó que, si el cambio climático continuaba sin control, la capacidad de carga del planeta se desplomaría a mil millones de habitantes. Pronto fue acusado de ser maltusiano y de apoyar la eugenesia y el genocidio.

Como uno de los científicos del clima más influyentes del mundo, los manifestantes apasionados son tan solo una de las muchas formas de antagonismo que enfrenta Schellnhuber. En su blog personal, el físico checo Lubos Motl compara a Schellnhuber con Reinhard Heydrich, un oficial de inteligencia de la Alemania de Hitler al que se le conocía como el «Dios de la Muerte» nazi. Motl escribió: «Podría ser una buena idea para los alemanes —u otros servicios de inteligencia— lidiar físicamente con el señor Schellnhuber y sus secuaces antes de que sea muy tarde». Luego, hay un correo electrónico que le llega de vez en cuando a PIK, llamándole «pequeño Hitler», «loco», «traidor» y «déspota».

Una de las amenazas más explicitas se hizo en Melbourne en julio del 2011. Durante una de las conferencias de Schellnhuber, un hombre del público llamado Glen Isherwood se levantó y colgó una soga de ahorcado en frente de él. Isherwood, miembro del derechista Movimiento Juvenil LaRouche, afirmó posteriormente que la soga era «una metáfora para la clara agenda que está detrás del fraude del cambio climático: reducir la población mundial». De acuerdo con Schellnhuber, la mayoría de sus detractores están vinculados con el Movimiento LaRouche. La red, que tiene capítulos alrededor del mundo, fue fundada por Lyndon LaRouche, antiguo trotskista convertido al ultra conservadurismo que se ha lanzado ocho veces a la presidencia de EE.UU., incluida una candidatura desde la cárcel. Los correos enviados a LaRouche PAC desde Libertad de Expresión a Debate no fueron respondidos.

El incidente Isherwood tuvo lugar en un momento de hostilidad considerable contra los científicos del clima en Australia, quienes se encontraron atrapados en un debate turbulento sobre cómo combatir el calentamiento global. La propuesta de la Primer Ministro Julia Gillard para imponer un impuesto a las emisiones de carbono —que entraría en vigor en julio del 2012— fue respondida con ferocidad por la industria minera y el partido conservador opositor. Ante esta circunstancia, los científicos del clima recibieron correos electrónicos donde se les amenazaba con ataques sexuales, violencia e incluso la muerte (la severidad de estas amenazas ha sido puesta en duda por el comisionado de la privacidad en Australia). La situación culminó en la transferencia de empleados de la Universidad Nacional de Australia en Canberra a oficinas de mayor seguridad. Algunos tomaron medidas de seguridad adicionales, mejorando sus sistemas de seguridad en casa, eliminando sus números telefónicos de los directorios públicos y suprimiendo sus cuentas en las redes sociales.

La atmósfera de peligro en Australia llevo a Schellnhuber a declarar poco tiempo después que solo era una cuestión de tiempo antes de que se asesinara a un científico del clima. «Prefiero no creerlo y mi familia también prefiere no creerlo—expresa—, pero, si miras alrededor, existe tanta inestabilidad sicológica y hay gente que está lo suficientemente desquiciada como para pensar que el cambio climático es una conspiración. No es imposible que una persona que odie la ciencia cometa algún día un crimen sin sentido».

A pesar de esta convicción inquietante, Schellnhuber sigue con su vida cotidiana como siempre, aunque admite que está más vigilante por las noches o cuando viaja a eventos importantes. Está determinado a no ceder ante las intimidaciones, señalando a colegas en EE.UU. que han solicitado en el pasado que se omitan sus nombres en notas de prensa donde se publican sus propios trabajos. «Eso es ir demasiado lejos —afirma—. Si tienes miedo de ser nombrado al lado de las publicaciones revisadas por tus pares, entonces hemos cruzado la línea roja. Esto muy seguro de que nunca abandonaría mis propios productos».

Al comparar a los científicos del clima con asesinos en serie, la campaña de difamación del Instituto Heartland se volteó hacia la analogía de larga data entre aquellos que niegan el Holocausto y aquellos que rechazan el calentamiento global como una realidad. El fundamento detrás de este argumento es que, aunque los que rechazan el Holocausto se niegan a aceptar el genocidio de seis millones de judíos, la no aceptación del calentamiento global por parte de aquellos que niegan el cambio climático ocasionará el aniquilamiento de las generaciones futuras. Sentado en las antiguas oficinas de Albert Einstein, el judío alemán que concibió la teoría de la relatividad, Schellnhuber expresa que se siente intensamente incómodo con la comparación. «Debemos ser cuidadosos —dice—. El Holocausto es algo tan singular que ni siquiera debió utilizarse como metáfora».

A pesar de que cree en la libertad de expresión para todos, Schellnhuber agrega una advertencia: los oradores deben dar a conocer sus identidades. Expresa que los medios con frecuencia enfrentan a los científicos del clima genuinos con «expertos» sin credenciales relevantes a sus nombres. El problema, explica, es que ante dos expertos, la habilidad del público para diferenciarlos es muy pobre. El resultado es que la cobertura de los medios sobre el cambio climático con frecuencia hace ver como si los científicos se encontraran claramente divididos en el asunto. El hecho real es, aunque existen diferencias de opiniones sobre cómo abordar el cambio climático, que existe un amplio consenso científico sobre la realidad del calentamiento global causado por el hombre.

A lo largo de los años, ambas partes se han acusado la una a la otra de politizar el debate para obtener ganancias personales. Schellnhuber sostiene que, a pesar de que él es un asesor de Merkel (ambos tienen un PhD en física teórica), él no es un «susurrador de caballos de la Canciller» y tiene muy poco impacto en el proceso político. «La gente piensa que soy poderoso y, por tanto, peligroso, pero soy sólo soy un académico que le informa a quien quiera escuchar sobre los hallazgos que están sobre la mesa», expresó.

La cuestión sobre la politización empezó a destacarse a finales del 2009 cuando un grupo de correos electrónicos pirateados de la Unidad de Investigación Climática de la Universidad de Anglia del Este fue publicado en Internet. Los correos sugerían que los científicos de la universidad habían retenido o manipulado los datos. Aunque los que estaban involucrados han sido exonerados desde entonces de delitos por parte de varios paneles investigativos en el Reino Unido, la ausencia de transparencia es un cargo que se ha mantenido. No está claro si el asunto «Climategate» —el cual, a decir de Schellnhuber, es una «ingeniosa invención del Sunday Times»— ha hecho mella en la fe del público respecto de la realidad del cambio climático y los resultados de las encuestas a ambos lados del Atlántico varían.

Para Schellnhuber, sin embargo, es poco lo que puede hacer el despiadado murmullo de la maquinaria global que niega el calentamiento global para erosionar más el interés público sobre el cambio climático. El público está aburrido del asunto o renuente a confrontar las realidades del calentamiento global, lo cual exige un cambio dramático en los estilos de vida, expresa. «Muchos ciudadanos norteamericanos hacen grandes esfuerzos para no creer en ello porque amenaza sus modos de vida, los cuales se basan en el uso excesivo de los recursos —explica—. Tienen una vida muy provechosa y nosotros estamos expresando una verdad muy inconveniente». Schellnhuber describe a los científicos del clima como «agencias planetarias de valuación» que deben continuar hablando. «Del mismo modo que la gente no quiere escuchar a las agencias de valuación de créditos, nadie quiere escucharnos —expresa—. Pero, al evaluar los hechos del sistema de la Tierra, servimos como verificadores cruciales de la realidad. Debemos poner el dedo en la herida».

Este artículo ha sido publicado nuevamente en Eurozine.

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Debate sobre la Libertad de Expresión es un proyecto de investigación del Programa Dahrendorf de Estudios para la Libertad en el St Antony's College de la Universidad de Oxford. www.freespeechdebate.ox.ac.uk

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