¿Libre para fantasear? La pornografía y sus perjuicios

Jo Fidgen discute la tensión entre el consumo de pornografía violenta y su efecto en la conducta sexual.

Una extraña tarde del 2013, me senté en la oficina a ver a estrellas de la pornografía actuar una escena de violación. No fue para mi propio entretenimiento, debo decir, sino que estaba investigando sobre lo que nos hace la pornografía para un programa de radio y este era uno de los videos más vistos en un página web popular.

Al principio, se encendió una alarma en la pantalla. “Esto es ficción y estos son actores profesionales. Lo que usted vea aquí no debe recrearse en casa”. El guión era exiguo: una mujer visita la casa de su esposo, del cual está separada, a fin de conseguir que firme los papeles de divorcio. Él está molesto y la fuerza a tener sexo con él de distintas maneras. Ella protesta verbalmente, aunque no forcejea. Cuando el esposo termina, firma los papeles.

Entonces se produce un giro. Los actores, quienes aparentemente ya no están interpretando sus roles, se acurrucan en el sofá y el director les pregunta si lo disfrutaron. La mujer se queja de que su coestrella la miró a los ojos y habían acordado que él no lo haría. Ella hace un show perdonándolo y dice que hará la escena con él otra vez. Sin embargo, en el último cuadro, ella mira al espectador a los ojos y dice: “Él me lastimó; él me lastimó”. Corten.

Ese video me perturbó por largo tiempo. ¿Ella quiso decir eso? ¿Lo dejó el director porque pensó que eso era lo que los consumidores querían escuchar? Y, de todas formas, ¿lo habrá escuchado alguno de ellos? La película duró hora y media. La mayoría de los hombres pasan siete minutos por vez en sitios de pornografía. (Para las mujeres, el tiempo aumenta a 15 minutos).

Presumiblemente, este video tenía la intención de excitar (a pesar de todo) y, en esa medida, podría verse como erotizante de la violencia sexual. Eso es suficiente para que algunos argumenten que contenidos como estos deberían prohibirse. Pero, ¿qué daño hace realmente? Y, ¿podría pesar más el daño potencial que ocasionaría suprimirlo?

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Esta tensión bien ensayada y apenas académica entre pornografía y censura se hicieron reales otra vez cuando se emitieron cifras en el Reino Unido sobre el número de violaciones reportadas al año a la policía hasta junio del 2014. Hubo 22 116 violaciones; un incremento de 29%, del cual tres cuartos se refieren a casos actuales y no históricos. Eso significa que hay 10 mujeres más cada día que reportan que han sido violadas recientemente. Otra cifra saltó a la vista: 294 dijeron que habían sido atacadas a punta de navaja; un incremento abrumador de 48%.

Las estadísticas no nos dicen tanto como las cifras directas pudieran sugerir. El salto en el número de violaciones a punta de navaja pareciera ser real. Sin embargo, en general, no está claro si más mujeres son violadas o si están más dispuestas a declararlo luego de la publicidad que se le dio a los delitos por parte de celebridades como Jimmy Saville y Rolf Harris. La policía también ha modificado sus procedimientos tras haber sido criticada en años anteriores por descartar alegatos de manera errónea.

No obstante, cualquiera que sea la forma en que digiramos las cifras, existe claramente un problema terrible y no existe una solución sencilla.

Espere, hay algo que usted puede hacer que puede convertirse en un gran titular: usted puede proscribir la pornografía que represente una violación y, en vez de permitirle a la gente que filtre contenidos pornográficos de Internet, usted puede forzarlos a que coloquen sus nombres en una lista que diga que quieren recibirlos. En el 2014, ambos fueron perfectamente posibles en Gran Bretaña.

Y, después de todo, ¿por qué haría usted tal cosa? En el mejor de los casos, usted estaría removiendo una influencia corruptora; en el peor, usted le estaría negando una emoción sórdida a un ser humano de dudosa condición con el cual usted no desearía compartir un vagón de tren.

El único problema es que el primero no es visiblemente cierto y el segundo no es obviamente justo.

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En los años setenta, un estudiante de sicología de UCLA, Neil Malamuth, fue el pionero en el uso de experimentos de laboratorio para hacer pruebas sobre la conexión entre la pornografía y la agresión sexual. Hoy día, es uno de los académicos más respetados en ese campo. A lo largo de décadas, ha conducido muchos y distintos experimentos utilizando diferentes metodologías (refiérase, por ejemplo, a este papel de trabajo) y ha admitido las limitaciones en todos ellos. Sin embargo, dice que ha habido una consistencia extraordinaria en los resultados, si se toman todos juntos.

“La exposición a la pornografía —me comentó— no tiene efectos negativos en las actitudes que respaldan la violencia contra las mujeres, tendencias sexualmente agresivas, para la mayoría de los hombres. No obstante, tal exposición a la pornografía, particularmente pornografía más extrema o violenta, si tiene un efecto negativo en un importante sub-grupo de hombres; a saber, aquellos que tienen otros factores de riesgo para cometer agresiones sexuales”.

Tales factores de riesgo incluyen el haber crecido en un hogar violento o abusivo, ser promiscuo, tener una personalidad narcisista o fantasías sexualmente agresivas. Si un hombre en esas categorías consume mucha pornografía violenta, existe una mayor probabilidad de que cometerá un acto sexualmente agresivo.

Algunos activistas han utilizado esta investigación para reivindicar que la pornografía conduce a crímenes violentos —para disgusto de Malamuth—. Él hace una analogía con el consumo de alcohol. El alcohol hace que algunas personas se relajen y que otras sean más violentas. Decir que el alcohol conduce a la violencia significa que pasamos por alto muchos de los matices.

“Es lo mismo con la pornografía —dice—. El mejor resumen que puedo darte es que, para algunas personas, esto pareciera mejorar su vida sexual. Podrían verlo como un aspecto positivo de sus vidas y esto no los lleva en modo alguno a involucrarse en ningún tipo de conducta antisocial. Para algunas personas que si tienen varios de los otros factores de riesgo, esto si podría añadirle leña al fuego y podría haber una mayor probabilidad de cometer actos de agresión sexual”.

Pareciera poco probable que los investigadores de la pornografía puedan alguna vez hacer declaraciones más decisivas sobre la causalidad de esto. Ir más allá y establecer si el consumo de pornografía conduce a ciertas conductas requeriría hacer el tipo de experimentos que ya no les es permitido hacer a los sicólogos. En los primeros tiempos de su investigación, a Malamuth se le otorgó permiso para exponer a la gente en un laboratorio a condiciones de pornografía violenta y observar los efectos. Eso nunca sería aprobado por un comité de ética moderno.

Cualquiera que diga que la pornografía causa cualquier cosa está disfrazando una opinión como un hecho.

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Por tanto, no existe suficiente evidencia, uno pudiera pensar, para garantizar que sea más difícil que la persona promedio tenga acceso a la pornografía. Pero, quizás, existe otro tipo de perjuicio que justifique la acción. El argumento es que Internet ha permitido que la pornografía sea tan asequible, incluso tan difícil de evitar, que ahora vivimos en una “cultura porno” saturada de una imaginería dura, al punto de que la mayoría de las actitudes de los hombres, y particularmente la de los hombres jóvenes, hacia las mujeres y el sexo se encuentran definidas por esta. Usted podría no ser un consumidor de pornografía, pero aún así le afecta. En palabras de la filósofa feminista Raw Langton, antes de Internet “la pregunta era si algunas personas podían tener la opción de tener pornografía. Ahora, estamos en el mundo de la pornografía, salvo que la descartemos”.

Esta preocupación ha generado miles de investigaciones sociológicas sobre el daño causado y, sin duda, mucho ardor en las universidades alrededor del país. En un taller organizado recientemente por el proyecto Libertad de Expresión a Debate de Oxford, los tirantes debates argumentados sobre los perjuicios culturales de la pornografía se encresparon con la pasión no académica.

¿Cómo manejar tal torrente de información? Consulté a la sicóloga forense británica Miranda Horvath. El año pasado, ella examinó todos los estudios disponibles sobre la exposición de la gente joven a la pornografía —más de 40 000— y llegó a la siguiente conclusión:

“Se ha vinculado a la pornografía con actitudes irreales sobre el sexo, la creencia de que las mujeres son objetos sexuales, pensamientos más recientes sobre el sexo; y los niños y la gente joven que ven pornografía tendieron a tener actitudes sobre el rol de género menos progresivas”. (Puede leer más sobre la publicación completa aquí).

Estos son estudios correlativos y no se ha establecido si fue la exposición a pornografía lo que condujo a mantener dichas actitudes. No pueden probar causa-efecto, como tampoco descartar otras explicaciones. ¿Es eso un problema? Sólo si se secuestra esta investigación para construir un caso que no puede respaldar. No obstante, esto es lo que está sucediendo.

La Dra. Horvath incluyó en su revisión sólo aquellos estudios que tenían ciertos estándares, pero me comentó cuan impactada estaba por “la existencia de una cantidad de artículos que guían una opinión con expresiones muy duras y que pretenden producir investigaciones, nuevos hallazgos, cuando en realidad ofrecen opiniones realmente básicas.”

El Dr. Ogi Ogas encontró lo mismo. Es un neurocientífico computacional, co-autor de un libro que se llama “A Billion Wicked Thoughts with Sai Gaddam”. A decir de él, “muchos de los investigadores sobre sexo son ellos mismos activistas”. Sus estudios, los cuales no han sido evaluados por sus colegas, observan nuestros hábitos pornográficos en Internet. Tuvieron acceso a cerca de un millardo de búsquedas distintas en la web, a aproximadamente medio millón de historiales de búsqueda de la gente y a alguna de la data interna de los sitios de videos pornográficos más populares para el momento.

Encontraron que 4,2% del millón de sitios web más populares estaban relacionados con el sexo; 13% de las búsquedas en la web eran para contenidos eróticos, con los términos de búsqueda más populares como juvenil, homosexual, MILFs (MQMF, por sus siglas en español), senos, esposas infieles. Los términos Cougar y feet se mostraron sorprendentemente altos. (Es interesante que raras veces se discuta sobre los efectos de la pornografía en hombres homosexuales, aun cuando se les represente de manera desproporcionada en los datos de búsqueda. La investigación sobre pornografía se concentra en los departamentos de Estudios de la Mujer).

Y tenga eso en cuenta la próxima vez que se encuentre en ese vagón de tren tratando de no imaginar qué está pasando por la cabeza de ese otro pasajero; la imagen instantánea sugeriría que cerca de 80% de los hombres ven pornografía en Internet y, en promedio, más de una vez a la semana.

No obstante, el detalle que más me interesa es el siguiente: Ogas expresa que es un mito que la pornografía se esté haciendo más violenta y que los usuarios busquen cada vez más material extremo a lo largo del tiempo. La mayoría de la gente, dice, buscan sólo dos actos de sexo, una y otra vez. Menos del 0,1% posee intereses más variados, incluida la pornografía extrema. Dice que “saltan fuera de la data” y buscan con frecuencia lo que él llama “la perversa Trinidad” del incesto, la bestialidad y la pornografía granny (de mujeres maduras).

Cuando los académicos-activistas aseguran que usted no puede acceder a Internet sin toparse con pornografía violenta, considere si ellos han analizado un millardo de búsquedas para ver qué es lo que en realidad estamos interesados en ver.

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Lo que le excita a una persona podría disgustarle a otra. Es posible que le disguste a la mayoría de nosotros. Pero la fantasía no es, sin dudas, un objetivo adecuado para la censura. Lo que debería interesarle a quienes se encargan de regular son nuestras acciones y es peor considerar el daño que pudiera causarse al tratar de suprimir la libertad de expresión.

Milton Diamond y Ayako Uchiyama realizaron el intrigante caso en la publicación International Journal of Law and Psychiatry (Revista Internacional de Derecho y Psiquiatría) que, cuando la pornografía estuvo mucho más disponible en Japón, el número de violaciones reportadas disminuyó. Berl Kutchinsky encontró que la tasa se mantuvo igual o disminuyó en Suecia, Dinamarca y Alemania Occidental. Sólo aumentó en los EE.UU.

¿Qué podemos recoger de esto? No nos dice si menos mujeres fueron violadas o si la proliferación de pornografía había hecho que la violencia sexual fuera más prevaleciente y que las víctimas reportaran menos. Sin embargo, los EE.UU. fue en contra de la tendencia de una consideración importante. La pornografía no existe en un espacio vacío. Se produce y consume en una cultura y los valores que le damos muy probablemente sesguen cómo respondemos.

Esto pudiera ayudar a explicar las contradicciones de muchas de las investigaciones en este campo. Por ejemplo, un estudio de los Países Bajos sugirió que mientras más los jóvenes utilizaban pornografía, más confundían el sexo pornográfico y el real y consideraban que el sexo era ante todo físico en vez de amoroso. Sin embargo, de los adolescentes interrogados por los investigadores en Suecia, una mayoría mostró no tener dificultades para distinguir entre la fantasía y la realidad y no sufrían de daños sicológicos.

Como siempre, Suecia, ese estandarte de la igualdad de género, tiene algo que enseñarnos. Si su posición inicial es que mujeres y hombres son iguales, algunos actores en dos dimensiones involucrados en un juego de poder sexual no harán mella en eso.

La pornografía es un espejo de nuestra sociedad: nos vemos reflejados en él. Si no nos gusta lo que vemos, romper el espejo no resolverá el problema.

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Para cualquiera que esté molesto por la violencia y la desigualdad sexuales, la pornografía es un objetivo fácil, pero no es el correcto. No existe evidencia sólida de que cause una conducta agresiva, sólo evidencia débil de que alimenta actitudes negativas.

Por tanto, si no es la ciencia, ¿qué es entonces lo que está proporcionando el impulso para mayores regulaciones? Podríamos encontrar la clave en lo que el neurocientífico Ogas observó al investigar nuestros intereses en Internet. “Cuando vemos los gustos sexuales de otra persona —me comentó—, si estos no encajan con los nuestros, entonces reaccionamos biológicamente con disgusto, incomodidad y miedo. Existe una reacción física cuando miramos la pornografía de otros y pareciera generar la sensación de que, si a mí me parece incómoda, debe ser algo inmoral”.

No obstante, la aversión moral no genera buenas leyes. La hostilidad pública hacia la homosexualidad y el aborto se utilizó para justificar la violación de los derechos de grupos vulnerables. En una democracia liberal, no es la moralidad de la mayoría la que requiere defensa, sino la libre expresión de las minorías. Hasta que conozcamos más sobre los efectos de la pornografía, siéntase libre de sentirse ofendido.

Jo Fidgen es periodista freelance. Ella presentó un programa en BBC Radio 4 Analysis sobre los impactos de la pornografía. Este artículo también se basa en un workshop organizado en Oxford por el Proyecto Debate Sobre La Libertad De Expresión.

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    Both this article and the one about Rapelay made me think about why it is so much more abhorrent if rape is depicted compared to murder (even mass murder). It might just be because we’re used to seeing people butchered to death and therefore find it normal. But I’d imagine that no TV station would broadcast a terrorist propaganda video that showed a woman being raped, not even the ones that show people being set on fire or beheaded. Perhaps it’s because while there are various justifications for most kinds of violence in war, there is never any justification for rape. Perhaps that’s the reason why so many people find pornography depicting rape sickening, even all other concerns (safety of the actor/actress, negative impact on viewer) could be ruled out, which I’m not sure they ever can be. I also think it’s a little odd to equate moral objections to rape with ‘moral’ objections to homosexuality.

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Debate sobre la Libertad de Expresión es un proyecto de investigación del Programa Dahrendorf de Estudios para la Libertad en el St Antony's College de la Universidad de Oxford. www.freespeechdebate.ox.ac.uk

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