Los medios libios están paralizados con el legado de Gaddafi. Sin nuevas regulaciones, y sobre todo con la necesidad de tener el coraje de confrontar la intimidación violenta, la libertad de expresión continua siendo un sueño lejano, escribe Jerry Timmins.

“No hay medios libres en Libia porque hay armas en todo el país”, señala Emad Gadara, el administrador de la estación de radio estatal en Zawiyah, una ciudad al Oeste de Tripoli. La milicia bloqueó el camino a Zawiyah justo antes de mi visita y le siguió una confrontación violenta. Zawiyah todavía parece el campo de batalla que fue en 2011. Súbitamente el conductor de mi taxi sacó un arma: “para defenderme”.
No es una atmósfera que conduzca al reportaje libre.
Emad fue puesto a cargo de la estación después de la revolución. “He escuchado estaciones comerciales en Tunisia y en otros lados y sé cómo debe de sonar una buena radio. Nuestros programas no son competitivos”, señala Emad. “Tenemos una mentalidad muy vieja. Necesitamos un cambio completo. Pero tenemos enraizadas las maneras antiguas”.
Todo en la estación es viejo. El archivo de sonido se graba en una cinta pero el reproductor de sonido de la biblioteca está descompuesto. El estudio, con una vieja alfombra como aislante del sonido, tiene solo una pequeña consola. Las pocas computadoras tienen virus y los trabajadores son principalmente voluntarios.
Radio Zawiyah se instauró en 1999 por Al Watanya, una de las difusoras nacionales de Gadaffi que aún continúan bajo control estatal. Cuando la revolución comenzó Emad, que era el entonces administrador de la estación, apoyaba la revolución y pasaba información secreta a reporteros internacionales. Antes de que Zawiyah cayera, lo arrestaron, llevaron a Tripoli, encarcelaron y torturaron por seis meses. “Yo era un caso especial”, señala entre una nube de humo de cigarrillo. “Creían que yo era uno de ellos… así que me trataron con mucha severidad”. Él negó los cargos pero le pusieron grabaciones de las llamadas que había hecho. “Me golpearon. Me rompieron la nariz… y electrocutaron mis testículos”. Aún recibe tratamiento, pagado por el nuevo gobierno libio pero probablemente nunca pueda tener hijos.
Ahora regresó y trabaja enérgicamente por llevar la estación a la modernidad. Conduce un programa de discusión política, además de que la estación tiene otros programas, frecuentemente ofrecidos por personas de la comunidad, cubriendo asuntos sociales y culturales, noticias y análisis.
Pero la estación aún está sujeta a todas las leyes y burocracias de Gaddafi. Los empleados son servidores públicos que no pueden ser retirados del cargo. Los salarios son pagados por el Ministerio de Cultura directamente a las cuentas de los empleados. No hay presupuesto para la estación. Hay un poco de espacio para anuncios y comerciales que sirven para pagarle al chico que sirve el café. No hay productores ni reporteros. Solamente hay suficientes anunciantes. De los 50 empleados de la estación, solamente a la mitad se les paga y de ellos ninguno trabaja por resultados. El personal asalariado son ingenieros o administradores.
Nadie sabe quién en el gobierno es responsable por la estación. El Ministerio de Cultura paga los salarios pero se acaba de crear un Ministerio de Medios. No cuenta con presupuesto. Algunos miembros del Consejo Local electo sienten que deberían de poseer la estación pero hasta ahora lo único que han dado es un nuevo transmisor. No hay acuerdo sobre los pasos a seguir.
Y luego está la seguridad. Justo antes de mi llegada, 50 jóvenes armados de la milicia que habían bloqueado el camino a Tripoli, asaltaron la oficina del gerente. Estaban furiosos porque el conductor de la estación describió el conflicto en las calles entre dos tribus rivales como un “feudo familiar”. Los hombres armados estaban coléricos y sintieron que tenían que defenderse de los quebrantadores de la ley.
La estación salió fuera del aire. El líder de la milicia ordenó la retirada de sus hombres y la transmisión solo comenzó cuando dicho líder aceptó tener una entrevista.
“Trabajo como un conductor de un programa en la tardes”, dice Emad, “Termina a las 23:30. Entrevisto a las personas responsables y a los oficiales de gobierno. Regreso por las calles obscuras y solitarias de la ciudad. En cualquier momento puedo esperar la furia de cualquiera que no esté de acuerdo con lo que digo al aire. Me pueden atacar”. La mañana de mi visita una mujer conductora no llegó a presentar su programa porque estaba muy preocupada del ataque de la milicia.
Habrá poco progreso en la estación y ningún cambio fundamental. Las leyes antiguas deben de ser reemplazadas. Las transmisoras estatales deben contratar a sus propios empleados y no a funcionarios públicos. Los presupuestos deben de ser devueltos. De los 4000 empleados en las transmisoras del estado, solo se necesita una pequeña fracción. Los números deberían de reducirse y, aquellos que no trabajen, ser despedidos. Se requiere un nuevo sistema de regulación que garantice la independencia de las transmisoras públicas.
Fuera del sector público, los medios libios florecen y hay libertad de expresión desde los últimos 40 años. Las estaciones privadas proliferan y los periodistas acuerdan códigos de conducta. Los entrenadores buscan libios que demuestren un talento por el periodismo. Pero el atributo principal actualmente es la valentía. Las armas están por doquier y la intimidación es palpable.
Jerry Timmins es un consultor en el Institute for War and Peace Reporting en Libia.
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Yet the story of free speech in Libya is not simply a story about «legacies» left by Gaddafi or deep-rooted bureaucracies that survived the 2011 NATO intervention. It is worth noting that Libya has been loosely governed by two rival governments since August 2014 (the Islamist new General National Congress in Tripoli and the Council of Deputies in Tobruk). It is not clear that these rival governments have the same vision of free speech. What is clear is that free speech will not flourish in an atmosphere of violent civil war.