En 2010, el Canadian National Institute for the Blind (Instituto Nacional Canadiense para los Invidentes/ CNIB, por sus siglas en inglés) casi cierra su biblioteca debido a un asunto de fondos. Sin embargo, algunos argumentan que aquellos que no pueden leer Braille son comparables a los analfabetas, escribe Katie Engelhart.
El caso
En enero del 2010, el Instituto Nacional Canadiense para los Invidentes amenazó con cerrar las puertas de su biblioteca. El CNIB reportó que sus instalaciones, las cuales mantienen el inventario de libros en Braille más grande del país, habían estado privadas de fondos federales y no podían costear la circulación de material para los 836 000 canadienses con pérdida significativa de la visión. La biblioteca mantiene material difícil de conseguir, incluido un diccionario Braille de 72 volúmenes, al cual el personal de CNIB hace referencia cariñosamente como “la edición de bolsillo”.
Algunos argumentan que las innovaciones tecnológicas —“libros sonoros” digitales, audio libros y amplias configuraciones de impresión por computadora— han dejado al Braille, ese viejo sistema de puntos en relieve, obsoleto. Los textos en Braille, en comparación, son costosos de producir y distribuir.
Sin embargo, otros, como el Director de la Federación Nacional de Invidentes de EE.UU., Mark Riccobono, expresa que aquellos que no pueden leer Braille son comparables a los analfabetas. Un estudio, conducido por el Dr. Ruby Ryles de Louisiana Tech University (Universidad Tecnológica de Louisiana), encontró que los niños que no aprenden Braille sacan calificaciones significativamente más bajas que estudiantes videntes en pruebas estandarizadas. También es menos probable que se emplee a estos que a los lectores de Braille. Para otros, como la usuaria de la biblioteca del CNIB Myra Rodriges, es más bien una cuestión de magia. “El Braille hace que todo tenga vida” —me expresó en el 2010—; no así los audio libros.
En el 2011, el gobierno de Canadá anunció una subvención de más de $ 7 millones para mantener a flote a la biblioteca del CNIB. La subvención fue una oferta de un solo desembolso.
Si privarles a los invidentes el acceso a Braille los hace menos alfabetizados y, por ende, posiblemente menos expresivos, ¿puede esta disputa sobre el financiamiento de bibliotecas proyectarse como un asunto de libertad de expresión?