El daño cultural que representa de la pornografía de violaciones

Erika Rackley y Clare McGlynn consideran la evidencia de este «daño cultural» y argumentan que la educación es la mejor manera de hacerle frente.

Ya sean los trucos publicitarios del Sun sobre la desaparición final de las imágenes de mujeres toples en su página 3 o los miembros séniores del poder judicial que parecieran afirmar la existencia de un vínculo casual entre pornografía y los crímenes violentos, la pornografía siempre está presente en los titulares de noticias. Y como los delitos que criminalizan la publicación de imágenes pornográficas de la violación entraron en vigencia en Gran Bretaña en la primavera del 2015, podemos estar seguros de que seguirá habiendo comentarios que soliciten «evidencia sólida» sobre el daño de la pornografía.

Las generalizaciones no son útiles aquí. Huelga decir que el tipo y grado del «daño de la pornografía» varía de acuerdo con la forma que tome, así como del contexto en el cual se produzca y consuma. Incluso si estuviéramos de acuerdo sobre el daño que produce una forma particular de pornografía en un contexto específico, podríamos todavía diferir en cómo, si acaso, debemos responder.

Entonces, centrémonos en un género particular de pornografía: la llamada «pornografía de violaciones». El daño de imágenes pornográficas de violaciones yace en la contribución que hace para crear un clima en el que la violencia sexual se tolera (o al menos pareciera tolerarse) y en el cual no se protegen la igualdad y la dignidad en la perpetuación de lo que hemos descrito en otra parte como una forma de «daño cultural».

 

¿Cuál es el daño cultural de la pornografía de violaciones?

Las imágenes pornográficas sobre violaciones muestran la violación como una fuente de excitación sexual. Incluso si la imagen o video pornográfico es «simulado», es decir, el actor ha dicho sí al decir no, estos trabajos legitiman y restan importancia al daño de la violación. Al hacerlo, las imágenes contribuyen a una cultura en la cual la violencia sexual se naturaliza —se erotiza incluso— y donde existe menos respeto por la autonomía de las mujeres. Un estudio de Rape Crisis (Sur de Londres) en el 2011 encontró que todas las imágenes de los 50 sitios pornográficos de violaciones más asequibles (para entonces) de forma gratuita representaban mujeres que eran violadas. Esto conduce entonces a una sociedad en la cual, como mínimo, es menos probable que la violación sea reconocida como una violación (por parte de la policía, jurados, las propias víctimas), donde es menos probable que se investigue, donde los mitos de la violación son más difíciles de desafiar y así sucesivamente. De hecho, esto es algo que podemos ver que se lleva a cabo en las estaciones de policía y salas de justicia y en una miríada de escenarios sociales a lo largo del país.

 

Daño cultural – el contexto

El daño cultural que causa la pornografía de violaciones se evidencia de varias formas. Un estudio del Consejo Británico de Clasificación de Películas para audiencias de adultos y la representación de la violencia sexual y sádica en películas encontró lo siguiente: «Existía […] la preocupación de que las representaciones positivas de […] violaciones podían naturalizar tal comportamiento […]. Muchos manifestaron ansiedad por el impacto potencialmente pernicioso de ver películas con violencia sexual en la formación de actitudes nocivas entre los espectadores, particularmente hombres jóvenes». Existe también un creciente grupo de evidencia para mostrar que la pornografía comunica actitudes hacia el sexo, particularmente entre la gente joven. La investigación para el Children’s Commissioner (Defensor Infantil) en el 2013 encontró que la gente joven se está volcando hacia la pornografía como una forma de orientación sexual, se involucran en comportamientos más riesgosos como resultado de ver pornografía, no están seguros de lo que significa consentimiento y desarrollan actitudes dañinas hacia las mujeres y las jóvenes.

No obstante, incluso sin esta investigación, no es sorpresivo que la pornografía pueda tener tal impacto. Nuestras actitudes y comportamientos se ven moldeados (aunque no de manera exclusiva) por nuestro ambiente social. Dondequiera que la pornografía sea parte de tal ambiente, es razonable esperar que sea un factor que contribuya con tales actitudes. El tipo de contribución que la pornografía le hace a nuestras actitudes —y, por tanto, al comportamiento que ejemplifica tales actitudes—, variarán, pudiéramos esperar, dependiendo del tipo de pornografía a la que estemos expuestos. La pornografía que erotiza la violación es pornografía que probablemente incite actitudes que tomen a la violación de manera menos seria. Esto pudiera crear una cultura donde la violencia sexual sea, si no aceptada, por lo menos naturalizada.

Para ser claros: argumentar que la pornografía de violaciones causa este tipo de daño cultural no es argumentar que la exposición a la pornografía de violaciones origine violaciones, aunque algunos estudios sugieren que sí lo hace. Ya desde 1995, el Informe de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de las Naciones Unidas sugería que las representaciones pornográficas de violaciones son uno de los «factores que contribuyen a la prevalencia continuada de dicha violencia [contra la mujer], influenciando adversamente a la comunidad en toda su extensión, particularmente a los niños y a la gente joven». Más recientemente, un informe de End Violence Agaist Women (Fin a la Violencia Contra la Mujer) sobre pornografía y violencia contra las mujeres y niñas detallaba una «investigación basada en la práctica» recolectada por Women’s Rape and Sexual Abuse Centre (Centro de Violación y Abuso Sexual de la Mujer) (Cornwall) donde la pornografía generalmente, a decir de las mujeres entrevistadas, jugó una parte central de sus experiencias de violencia doméstica.

 

Pero, ¿podemos probarlo?

Sin embargo, una respuesta común al argumento de daño cultural es sugerir que no es sino una afirmación. La evidencia para apoyar el impacto que la pornografía tiene en las actitudes —particularmente en la de los hombres jóvenes— en relación al sexo y a la violencia sexual carece de la especificidad requerida por algunos críticos que exigen que necesitamos conectar violaciones particulares con la exposición del propio defendido a imágenes particulares de violaciones. Y sin tal evidencia de causalidad directa, se argumenta invocando a John Stuart Mill, no puede o debe haber prohibición.

Empero, esto no es el fin del asunto. Como el propio Mill expresó: «Es propósito de las leyes prevenir el delito y no simplemente remendar provisionalmente las consecuencias de este cuando se haya cometido». Más específicamente, puede que no seamos capaces de diseñar un proyecto de investigación que pueda establecer (o probar) que la exposición a imágenes pornográficas conduzca a actos específicos de violencia sexual. Actos individuales de violencia sexual raras veces, si acaso alguna vez, serán el producto exclusivo de un solo estimulo inmediato. Pero el hecho de que no podamos probarlo no significa que debamos proceder sobre la base de que no existe dicha conexión. La ausencia de evidencia que conecte la exposición de pornografía de violaciones con violaciones del mundo real no es evidencia de que tal conexión no exista. Y, en cualquier caso, la ausencia de tal evidencia no hace nada para contrarrestar la denuncia de que la pornografía de violaciones contribuya a una cultura en la que la violencia sexual se pase por alto y se le reste importancia.

El argumento de daño cultural niega un vínculo simplista entre pornografía y violencia sexual, como que una persona que vea pornografía de violaciones pueda entonces ser incitada a cometer una violación. Por el contrario, el argumento es que este tipo de pornografía contribuye a crear una cultura y un grupo de actitudes —algo que no es universal sino que se extiende más allá de aquellos que han visto pornografía de violaciones— en las que las violaciones y otros actos de violencia sexual tienen menos probabilidad de ser reconocidos como tales y menos probabilidad de ser investigados o enjuiciados. Por tanto, la pornografía de violaciones tiene un rol en la conformación de un contexto cultural que conduce a altos niveles de coerción sexual.

Sin duda, en un mundo ideal, trataríamos y comprobaríamos este tipo de conexión causal también. Sin embargo, tratar de establecer este tipo de conexión causal difusa podría resultar incluso más difícil que establecer el tipo de vínculo simplista que desean aquellos que se oponen al argumento del daño cultural. Pero, como dijimos antes, nuestra inhabilidad para probar esto no es en sí misma una razón para pensar que estas conexiones no existan. Más bien, como en cualquier situación donde la causalidad no está clara, nos queda hacer una determinación sobre la base de las probabilidades: ¿es la pornografía de violaciones más o menos proclive a la creación de una cultura que conduce a actitudes problemáticas y prácticas orientadas a las violaciones y a la violencia sexual?

Ante la ausencia de algún tipo de medida empírica o experimento, una de las vías que podemos tomar para reflexionar sobre esto es preguntarnos qué debería ser cierto para que la pornografía de violaciones no tenga tal impacto en las actitudes orientadas hacia la violencia sexual. El argumento del daño cultural podría refutarse si fuera cierto que los factores culturales, incluida la pornografía de violaciones, no juegan ningún papel en la conformación de actitudes orientadas a la violencia sexual y sus formas. De manera alternativa, se podría argumentar que, de todas las cosas que moldean o influencian los valores y actitudes sociales, la pornografía de violaciones no es una de ellas (o, si lo es, entonces lo hace de manera positiva, en cuyo caso, pudiéramos pensar, debería observarse).

Ambas respuestas parecieran improbables, salvo que realmente pensemos que el sexismo y las tendencias hacia la violencia sexual se determinan simple y exclusivamente de manera genética. Entonces, tales actitudes y acciones deben venir de alguna parte. Debe ser, en parte, producto del ambiente de cada uno. Si aceptamos que nuestro ambiente cultural influye en nuestras actitudes y valores, la interrogante es entonces qué aspectos de este ambiente contribuyen con ciertas actitudes. Si estamos preocupados específicamente por las actitudes hacia el sexo en general, y por la violencia sexual en particular, entonces sería asombroso si la pornografía en general, y la pornografía de violaciones en particular, no fuera uno de esos factores concurrentes. (Esto no implica que todos los que ven pornografía de violaciones tengan tales puntos de vista o que la pornografía de violaciones sea la única influencia en tales puntos de vista). Sin embargo, es probable que la pornografía de violaciones sea efectivamente un factor —entre cualquier número de otros factores— que sea proclive a estimular y sustentar una manera de pensar donde la autonomía de la mujer probablemente se valore menos. Y, sobre esta base, tenemos razones para pensar que es más probable que la pornografía de violaciones sea más culturalmente dañina que no.

 

Una cultura de aceptación  

Efectivamente, aun cuando aceptemos que hemos establecido el daño cultural de la pornografía de violaciones, el siguiente paso es considerar si esto requiere una respuesta. Algunos podrían aceptar el argumento del daño cultural, pero darán un paso atrás respecto de cualquier forma de restricción legal o cualquier otra forma de restricción sobre el material. Otros podrían centrarse en mecanismos regulatorios para limitar el acceso al material, tales como optar a la participación o no a través de varios filtros, o sobre sistemas fiscales específicos para sitios web o usuarios. Durante su escrutinio legislativo de las disposiciones sobre la pornografía de violaciones contenidas en el Proyecto de Ley de la Justicia Penal y Tribunales Penales (Criminal Justice and Courts Bill), el Comité Conjunto de Derechos Humanos presentó el argumento a favor de la regulación penal:

Acogemos con entusiasmo, como una medida para mejorar los derechos humanos, la disposición del Proyecto de Ley que amplía el delito actual sobre la posesión de pornografía extrema para incluir la posesión de imágenes pornográficas que representen la violación y otros tipos de penetración sexual no consensuada. Consideramos que el daño cultural de la pornografía extrema, según se establece en la evidencia que nos proporcionó el gobierno y otros, provee una justificación sólida para una acción legislativa y la restricción proporcionada a los derechos individuales a la vida privada (Artículo 8 de la Convención Europea sobre Derechos Humanos/ ECHR, por su sigla en inglés) y a la libertad para recibir e impartir información (Artículo 10 ECHR).

Aunque hemos argumentado en otra parte sobre la regulación penal de la pornografía de violaciones, la política de respuesta más importante del daño cultural de la pornografía de violaciones es proveer educación como un medio para lograr el cambio cultural. Esto significa educación sexual especializada, de gran calidad y obligatoria en las escuelas. Más allá de las escuelas, esto significa la promoción y desarrollo de una cultura de aceptación positiva: focalizarse en el «sí» entusiasta y no en la ausencia del «no». Significa el fin de una cultura sexual de coerción y presión sexual, que es lo que experimentan muchos. El derecho penal sólo puede jugar una parte muy pequeña en la reducción del predominio de la violencia sexual y en el cambio de la cultura subyacente que genera y legitima tal daño.

Erika Rackley y Clare McGlynn son profesoras de derecho, especialistas en la regulación legal de la pornografía, leyes sobre violaciones e igualdad de género. Han trabajado muy de cerca con una gama de organizaciones no gubernamentales y grupos feministas en Inglaterra y Wales y Escocia en la regulación de la pornografía, incluyendo el apoyo a las campañas para reformar las leyes sobre pornografía extrema a fin de incluir las imágenes pornográficas de violaciones lideradas por Rape Crises (Sur de Londres) y la Coalición Fin de la Violencia Contra las Mujeres en el 2013.

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Debate sobre la Libertad de Expresión es un proyecto de investigación del Programa Dahrendorf de Estudios para la Libertad en el St Antony's College de la Universidad de Oxford. www.freespeechdebate.ox.ac.uk

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