Un libro de historia resta importancia al imperialismo japonés y causa controversia nacional e internacional. Por Ayako Komine y Naoko Hosokawa.
El caso
En nuestro libro de historia de Japón de la década de 1990 las mujeres de solaz ya existían y el imperialismo japonés era considerado un acto de agresión. Lo que se presenta en el nuevo libro de texto está muy lejos de nuestra interpretación de la historia nacional de Japón, pero está claro que otros podrán juzgar su veracidad mucho mejor que nosotras.
En cambio, deseamos reflexionar sobre la constante implicación de la política en la escritura o, en este caso particular la reescritura, del pasado. No es un hecho trivial que el libro de texto haya sido publicado luego de un período de inestabilidad, durante el cual el tradicionalmente dominante Partido Liberal Demócrata perdió el control sobre algunos de sus miembros de la derecha. Al mismo tiempo, el libro de texto fue adoptado por una minoría de escuelas locales, en parte debido a que un buen número de ciudadanos preocupados por el tema se pronunciaron en contra. En este sentido, la pluralidad de voces, así como los medios para expresar esas voces estuvieron presentes en Japón, como debe ser en un país con instituciones que permiten la libertad de expresión.
En respuesta a esta polémica, en 2002, Japón, China y Corea del Sur formaron un comité de investigación conjunta sobre el contenido de los libros de historia. El comité pretendía ser un foro para que los tres países pudieran intercambiar sus puntos de vista sobre la historia y los libros de texto. Desde entonces, la polémica ha disminuido. A día de hoy, el comité continúa con sus actividades y ha publicado varios libros de historia de referencia a partir de los debates entre expertos y las opiniones de cada país. Sin embargo, existen obstáculos inherentes a la hora de reflejar con precisión las voces de terceros países en textos producidos como parte de un plan de estudios, que es una de las vías de difusión de los relatos históricos nacionales, y más aún cuando estos relatos entran en conflicto con los de los vecinos.
En última instancia, esta controversia plantea una cuestión fundamental que apunta a la esencia de la naturaleza de la democracia liberal y el estado nación. ¿Debe un estado rendir cuenta a otras voces, más allá de sus fronteras?